Yoshua Okón / Chille: la música no ha parado

Textos / Texts
02/2014 / yoshuaokon.com

[ tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…
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tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…
tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…]

Como si de un friso de un sarcófago romano se tratase. Ocho personas de luto llorosas, tres músicos con un trombón, una trompeta y un tambor, un soldado con una bandera, cuatro más en cada esquina del carro, dos personas guiando la carreta, un caballo. Y el muerto, aquí dentro de un cajón, en Roma dentro de una urna. Todo pasa en la solemnidad de la línea recta, de la procesión funeraria destinada a los honorables adinerados. En un solo plano del relieve en piedra, o rodado en diferentes planos pero siempre frontales en la videoinstalación.

[¡HEEEEY! ]

Un gesto que es una orden. Como un director de orquesta, dos brazos surgen del cajón, la música para y el cortejo levanta las manos y grita con júbilo.

[ tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…
tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…
tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…
tam … tam… tam… tam… tam… tam… tam… tam…]

La música vuelve a tocar, la procesión continua avanzando. Nosotros, espectadores, nos quedamos con un cierto desconcierto irónico. Lo impensable ha sucedido. La ficción se ha manifestado en esta historia de un relato que pudo ser – el de un entierro de pompas decadentes – y que apunta metafóricamente a lo que es – el de un pasado dictatorial que continúa marcando el ritmo para parte de una sociedad -.

La bandera es la chilena, la avenida es la Alameda de Santiago. La referencia, el entierro del general Augusto Pinochet a fines de 2006. El permiso para el uso del absurdo, pensando este como humor que libera y donde se pueden plantear situaciones deseables, se había dado antes por este personaje: “No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo”[1].

[¡HEEEEY! ]

“Los nuevos monumentos no nos hacen recordar el pasado, nos hacen olvidar el futuro”[2].
Y pareciera que pequeños actos y monumentos, como la maqueta que Okón encontró en un bar fascista en la capital chilena, que reproducía el cortejo fúnebre del dictador, tuvieran esa misión de querer congelar las opciones de nuevas posibilidades en un país que sufrió una de las más violentas dictaduras de América Latina. Augusto Pinochet estuvo al mando entre los años 1973 y 1990. Hasta su muerte fue procesado en diferentes causas, destacando la desaparición y asesinato de, según se estima, 50.000 personas y la apropiación de 20 millones de dólares escondidos en diferentes cuentas en el extranjero.

La Historia ya la ha definido Roland Barthes[3] como una construcción compuesta de una selección de acontecimientos presentados de manera racional y sancionados por el pensamiento científico a partir del siglo XIX. El mito y la epopeya, los territorios del héroe, se crean a través de esta combinación dirigida desde las estancias del poder, que rescata de la memoria y del imaginario colectivo escenas y gestos para la construcción de una identidad comunitaria.

Ya lo decía Orwell: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”[4]. Su novela 1984 es una ficción que muchos ven ahora convertida en cierto grado en realidad. Por eso, quizá pudiéramos pensar que el mito contemporáneo, desvestido de su apariencia racional, ha vuelto a un lugar más cercano a sus orígenes donde se mezclaba realidad y ficción[5]. Actualmente los mitos, pasado el tiempo de la Historia, son presentados en la ficción – el cine, el cómic, el reality, y, por supuesto, también el arte – muchas veces como una versión manipulada de la realidad a través de la acción documental que aportaría veracidad. Con todas las herramientas al servicio de la imagen y su discurso, los poderes del siglo XX tuvieron al alcance no sólo la creación de nuevas narraciones que transmitieran su ideario basados en acontecimientos fehacientes, sino también la posibilidad de invención, por creación u omisión, de un hecho por intereses políticos. Sea cierto o no, siempre será licito tener dudas de si el hombre llegó a la luna por primera vez en 1969.

Siendo conscientes de estas operaciones ¿por qué no realizarlas también desde el campo de la crítica y del cuestionamiento de los relatos de ansias absolutas? ¿Por qué no, como hace un Okón, ensanchar el reino de lo posible, e imaginar nuevos pasados que abran el camino a otros posibles futuros? Durante diecisiete años Pinochet sólo aparecía en medios oficiales como salvador de la patria, y si bien siempre fue cuestionado y sometido posteriormente a juicios, siguió siendo enterrado con honores militares y congregando 60.000 personas. ¿Por qué no entroncar con esa tradición, no solo del arte visual si no también de todos los campos que trabajan con la ficción, para desde la ironía y el absurdo, replantear el alcance de ese mito implantado y redefinir una historia?

“Hay otra historia, y está enraizada en la percepción de la gente respecto de cómo el mundo continúa desarrollándose a su alrededor, y del propio lugar de ese proceso”[6].

Mientras ese 12 de diciembre se celebraba el entierro de Pinochet en la Escuela Militar de Santiago, un grupo de amigos veía el evento desde un edificio al otro lado de la Avenida Américo Vespucio. En un momento dado percibieron otra actividad justo en los pequeños apartamentos del inmueble de enfrente: varias parejas de todo tipo de orientación sexual fornicaban con las ventanas abiertas. En el concepto de la Historia en la posmodernidad, Lyotard [7] habla del fin de las grandes narraciones y el protagonismo del microrrelato. Pequeños detalles que aquí nos hablan de una liberación.

Entonces, sí. Ahora: ¡Hey!

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[1] Una de las respuestas dadas por el General (R) Augusto Pinochet en el interrogatorio realizado por el ministro Victor Montiglio, dentro del marco de la investigación de la Operación Colombo, el 14 de noviembre de 2005. Fuente: El Mercurio, 16 de noviembre de 2005, Santiago de Chile.
[2] Robert Smithson, Entropy and the New Monuments, 1966.
[3] Roland Barthes, Le bruissement de la langue, 1984.
[4] George Orwell, 1984, 1949.
[5] Eric Selbin, Revolution, Rebellion, Resistance: The Power of Story, 2010.
[6] Eric Selbin, op. cit.
[7] Lyotard, La Condition postmoderne. Rapport sur le savoir, 1979.

 

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